La luz de la fragilidad
Hay días donde el dolor en mitad de nuestra cotidianeidad es absoluto. No tenemos claro el punto concreto donde nacen nuestras lágrimas, o la razón exacta del por qué nos encontramos sumidos en una tristeza aparentemente sin importancia pero que poco a poco nos va calando hasta hacerse notable en nuestra piel diaria. Una mezcla entre dolor de existir y dolor por nimiedad, incluso dolor absurdo, nos va perforando en ocasiones nuestro cuerpo y nuestro vivir. Nos va atravesando los pensamientos, las acciones, los besos, los abrazos y un largo etcétera hasta sentirnos reducidos a una nada hueca y extraña. Esta “nada triste” socialmente es tratada como un tema tabú, puesto que no nos permitimos ser vulnerables y frágiles ante determinadas situaciones. Dejamos recaer un intenso peso social en el concepto de fragilidad, y creamos a escondidas “muros de los lamentos” que guardamos en el sótano de los espacios que habitamos. Pero saber que existe ese dolor oculto en nosotros, nos produce lesiones internas y nos auto-agredimos por sentirnos débiles como si mereciéramos un alto castigo por serlo. Olvidamos que en nuestra fortaleza habita nuestra vulnerabilidad y que en nuestra vulnerabilidad habita nuestra fortaleza. Olvidamos que la luz entra por las grietas.
Existen múltiples formas de reparar en la luz que vive en la vulnerabilidad. Una de ellas es el Yoga. La práctica del Yoga nos facilita y nos agudiza la visión para percibir que entre los huecos del dolor que surge en nosotros, respiran y conviven plantas, raíces y vida llena de vida que se llena a sí misma. Entre los espacios vacios de nuestras tristezas respira una naturaleza virgen, fértil, independiente, de gran belleza y profundidad. El Yoga oxigena los llantos que la propia vida trae consigo para rememorar la necesidad de la conciencia en nosotros, para hacernos ver que somos Conciencia consciente de su conciencia.
Clara Martínez
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